La discriminación
de las mujeres sigue siendo un tema que a muchas nos trae de cabeza; nos basta
con encender la televisión, o abrir un periódico, o simplemente con tener una
conversación sobre el tema con algún compañero o compañera. Nos han vendido en
lo que va de siglo XXI, que las mujeres ya hemos alcanzado la igualdad, o casi;
que no tenemos un motivo para seguir con la lucha feminista, que qué más
queremos. Que qué más queremos... Se ha instaurado en el imaginario colectivo esa
idea de la feminista como una mujer horrible, que adora la discusión, que aboga
por la tontería de cambiar hasta el
lenguaje, que tiene falofobia. Pero
sin embargo, mientras muchas de nuestras jóvenes no tienen una conciencia de
género clara, no se sienten en la obligación moral de continuar con la misión
que nuestras antecesoras emprendieron con tanto esfuerzo; mientras muchas
mujeres de nuestro tiempo han sido convencidas para despreciar las peticiones
feministas, a los políticos no se les olvida, en las campañas electorales, que
necesitan meter con pinzas esa
propuesta que abogue por la igualdad femenina. No se les olvida porque saben de
sobra que, pese a no cumplirlas después, no apostar por ellas al menos en el
programa electoral, sería un fracaso estrepitoso y una buena ración de polémica
recién servida. Hemos tenido que asistir por lo tanto, a la instrumentalización
de nuestras peticiones por parte de los partidos, hemos tenido que soportar que
ser mujer se use como un eslogan en
tanto en cuanto duran las pegadas de carteles en las campañas electorales. No
nos vamos muy lejos si recordamos el debate entre Arias Cañete y Elena
Valenciano en plena campaña de las elecciones al Parlamento Europeo. ¿Cómo fue
la afortunada sentencia? ¡Ah sí! “El debate con una mujer es difícil. Si
demuestras superioridad intelectual, eres machista.” ¡¿Superioridad
intelectual?! No quiero ni recordar lo que durante unas semanas se dijo en
televisión, ni las portadas con las que abrieron los diarios nacionales. Ni
tampoco cómo Elena Valenciano, aprovechándose de la comprometida situación de
Cañete, creyó usar como dardo ese “siempre creímos en las mujeres”. ¿Acaso es
que en las mujeres hace falta creer?
Pero tras esto, no nos darían de tregua ni siquiera unos meses, cuando nuestro
misógino gobierno emprendió la Ley del Aborto. Qué decir: la mujer sigue siendo
menor de edad para decidir por sí misma, es mejor que nos digan qué hacer el
gobierno y la Iglesia. Pero fue entonces también cuando la Marea Violeta se
hizo ver con fuerza de nuevo. ¿Se creían que estábamos dormidas, que habíamos
desaparecido? Toda España se pintó de morado, y las reivindicaciones por El
Derecho a Decidir hicieron, al menos, que los populares reculasen y que Gallardón
se fuese a tomar viento fresco. Sin embargo, ahora que estamos otra vez en año
electoral, parece que todos vuelven a estar dispuestos a hablar de nosotras, a
favorecernos, a hacernos saber que nos tienen en cuenta. Cabe decir que el PP podría
obviarlo, no les merece la pena malgastar su superioridad intelectual ni
siquiera nombrándonos, nos hace flaco favor. Pero sí, todos se han querido
sumar el 8 de marzo, y todos han gritado a los cuatro vientos que cuentan con
nosotras, que nos escuchan. Qué pena que las propuestas dirigidas a beneficiarnos
sean, en el mejor de los casos, líneas ambiguas o vacías de contenido. Tan sólo
Podemos se ha molestado al menos en encomendar la tarea para y por las mujeres,
a mujeres. Bibiana Medialdea y María Pazos han sido las encargadas de
confeccionar un plan económico ajustado a las pugnas feministas, que por
cierto, parece haber dejado mudos al resto de partidos. Las propuestas con las
que han venido pisando fuerte son, principalmente, la equiparación de los
permisos de paternidad y maternidad y su protección frente al despido; y la
igualación de los derechos laborales de las empleadas del hogar a los del resto
de trabajadores. Tiene sentido, menos mal. Son precisamente dos de las
reivindicaciones feministas actuales en España: que el padre se iguale a la
madre a la hora de cuidar de los hijos, y que deje de ser ella la perjudicada
laboralmente por el hecho de ser madre; y que el trabajo de las empleadas del
hogar se dignifique, y deje de ser visto casi como una obligación o cualidad innata
de la mujer. Zapatero había dado unas pinceladas sobre esto último, pero las
modificaciones posteriores han devaluado de nuevo las medidas tomadas. Ahora
sólo queda esperar, y votar. No digo votar por Podemos, pero sí votar con conciencia
de género. Nos quedan unos meses por delante, en los que ser mujer se
convertirá de nuevo en mitin, excusa y propuesta, en instrumento para llegar al
poder, y que, de seguir como hasta ahora, caerá en saco roto una vez nuestros
políticos, hombres, se sienten en sus respectivos tronos gubernamentales
jueves, 19 de marzo de 2015
SER MUJER, SOLO EN CAMPAÑA ELECTORAL
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