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El blog de Paloma Álvarez Rodríguez

jueves, 19 de marzo de 2015

SER MUJER, SOLO EN CAMPAÑA ELECTORAL


La discriminación de las mujeres sigue siendo un tema que a muchas nos trae de cabeza; nos basta con encender la televisión, o abrir un periódico, o simplemente con tener una conversación sobre el tema con algún compañero o compañera. Nos han vendido en lo que va de siglo XXI, que las mujeres ya hemos alcanzado la igualdad, o casi; que no tenemos un motivo para seguir con la lucha feminista, que qué más queremos. Que qué más queremos... Se ha instaurado en el imaginario colectivo esa idea de la feminista como una mujer horrible, que adora la discusión, que aboga por la tontería de cambiar hasta el lenguaje, que tiene falofobia. Pero sin embargo, mientras muchas de nuestras jóvenes no tienen una conciencia de género clara, no se sienten en la obligación moral de continuar con la misión que nuestras antecesoras emprendieron con tanto esfuerzo; mientras muchas mujeres de nuestro tiempo han sido convencidas para despreciar las peticiones feministas, a los políticos no se les olvida, en las campañas electorales, que necesitan meter con pinzas esa propuesta que abogue por la igualdad femenina. No se les olvida porque saben de sobra que, pese a no cumplirlas después, no apostar por ellas al menos en el programa electoral, sería un fracaso estrepitoso y una buena ración de polémica recién servida. Hemos tenido que asistir por lo tanto, a la instrumentalización de nuestras peticiones por parte de los partidos, hemos tenido que soportar que ser mujer se use como un eslogan en tanto en cuanto duran las pegadas de carteles en las campañas electorales. No nos vamos muy lejos si recordamos el debate entre Arias Cañete y Elena Valenciano en plena campaña de las elecciones al Parlamento Europeo. ¿Cómo fue la afortunada sentencia? ¡Ah sí! “El debate con una mujer es difícil. Si demuestras superioridad intelectual, eres machista.” ¡¿Superioridad intelectual?! No quiero ni recordar lo que durante unas semanas se dijo en televisión, ni las portadas con las que abrieron los diarios nacionales. Ni tampoco cómo Elena Valenciano, aprovechándose de la comprometida situación de Cañete, creyó usar como dardo ese “siempre creímos en las mujeres”. ¿Acaso es que en las mujeres hace falta creer? Pero tras esto, no nos darían de tregua ni siquiera unos meses, cuando nuestro misógino gobierno emprendió la Ley del Aborto. Qué decir: la mujer sigue siendo menor de edad para decidir por sí misma, es mejor que nos digan qué hacer el gobierno y la Iglesia. Pero fue entonces también cuando la Marea Violeta se hizo ver con fuerza de nuevo. ¿Se creían que estábamos dormidas, que habíamos desaparecido? Toda España se pintó de morado, y las reivindicaciones por El Derecho a Decidir hicieron, al menos, que los populares reculasen y que Gallardón se fuese a tomar viento fresco. Sin embargo, ahora que estamos otra vez en año electoral, parece que todos vuelven a estar dispuestos a hablar de nosotras, a favorecernos, a hacernos saber que nos tienen en cuenta. Cabe decir que el PP podría obviarlo, no les merece la pena malgastar su superioridad intelectual ni siquiera nombrándonos, nos hace flaco favor. Pero sí, todos se han querido sumar el 8 de marzo, y todos han gritado a los cuatro vientos que cuentan con nosotras, que nos escuchan. Qué pena que las propuestas dirigidas a beneficiarnos sean, en el mejor de los casos, líneas ambiguas o vacías de contenido. Tan sólo Podemos se ha molestado al menos en encomendar la tarea para y por las mujeres, a mujeres. Bibiana Medialdea y María Pazos han sido las encargadas de confeccionar un plan económico ajustado a las pugnas feministas, que por cierto, parece haber dejado mudos al resto de partidos. Las propuestas con las que han venido pisando fuerte son, principalmente, la equiparación de los permisos de paternidad y maternidad y su protección frente al despido; y la igualación de los derechos laborales de las empleadas del hogar a los del resto de trabajadores. Tiene sentido, menos mal. Son precisamente dos de las reivindicaciones feministas actuales en España: que el padre se iguale a la madre a la hora de cuidar de los hijos, y que deje de ser ella la perjudicada laboralmente por el hecho de ser madre; y que el trabajo de las empleadas del hogar se dignifique, y deje de ser visto casi como una obligación o cualidad innata de la mujer. Zapatero había dado unas pinceladas sobre esto último, pero las modificaciones posteriores han devaluado de nuevo las medidas tomadas. Ahora sólo queda esperar, y votar. No digo votar por Podemos, pero sí votar con conciencia de género. Nos quedan unos meses por delante, en los que ser mujer se convertirá de nuevo en mitin, excusa y propuesta, en instrumento para llegar al poder, y que, de seguir como hasta ahora, caerá en saco roto una vez nuestros políticos, hombres, se sienten en sus respectivos tronos gubernamentales

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