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El blog de Paloma Álvarez Rodríguez

lunes, 8 de diciembre de 2014

LA FORMA DE VESTIR DE LAS MUJERES Y LA CONTROVERSIA DEL BURKA EN OCCIDENTE



La forma de vestirse, y más en las mujeres, ha sido en las últimas décadas un tema de controversia, no solo en la esfera de lo políticamente correcto o no, sino en las facetas más cotidianas de la sociedad.
La forma de ataviarse de cada fémina suele llevar asociado un significado extendido y subyacente: el estilo de vida que se lleva o lo más o menos conservadora o moderna que se es. Recordemos, por ejemplo, el escándalo que supuso en la década de los 50-60 el uso incipiente y cada vez más extendido del bikini. O de la minifalda sin ir más lejos.
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Pero, si bien hablamos de una época mucho menos acostumbrada a innovaciones, y en la que la mujer no dejaba de estar atada al hogar, el cuidado de los niños, a la decencia y al marido; hoy en día, en pleno siglo XXI, la elección de las prendas en las que cada una se enfunda todas las mañanas, sigue teniendo el persistente trasfondo de vender una determinada imagen. Me viene a la mente ahora un anuncio publicitario de televisión de detergente para la ropa, que creo que aún se emite, en el que hablan de las prendas de cada mujer como de una parte más de sí misma, como un primer mensaje que se emite al resto del mundo, en el que aparece reflejado qué eres o cómo te gusta definirte.
Y dejando de lado ese antiguo refrán de que las apariencias engañan, nadie puede negar que lo primero que ve, y por lo tanto también lo que cree a priori de una persona, es lo que su indumentaria y primera impresión dejan al descubierto. A casi nadie se le pasa por la cabeza acudir a una entrevista de trabajo para una oficina por ejemplo, vestido con ropa deportiva y a medio peinar, a menos que no le interese para nada obtener el puesto, obviamente. Y seguro que a poca gente le causa una impresión agradable y de confianza si al ir al banco a domiciliar su nómina se encuentra con que el encargado de llevar su papeleo es un joven rastafari lleno de piercings y tatuajes. Es algo que parece obvio. Pero no, no me gustaría caer en el posible debate de si hay que fiarse o no de estas impresiones, o de si es un hándicap que deberíamos superar.
Lo que está claro es que, prácticamente todo el mundo, dejando de lado lo abierto o no que sea, la edad y demás factores, se crea casi sin darse cuenta un prototipo en la mente al ver a un desconocido, basándose  única y exclusivamente en su aspecto exterior. Y, retomando el tema de estas primeras impresiones en las mujeres, aún más. Un escote contundente o las piernas enteras al descubierto suelen dejar bastante que decir, para bien o para mal, dependiendo del contexto.
Ahora bien, si la vecina de al lado sólo enseña los tobillos o si por el contrario le gusta llevar cuanta menos ropa mejor, o si es gótica o parece una monja, no dejan de ser temas de conversación recurrentes en ámbitos familiares y las opiniones pueden variar mucho dependiendo de la forma de pensar de cada uno. Pero el problema viene cuando esa determinada forma de vestir de la compañera de colegio de nuestros hijos o de la que siempre se sienta en el primer asiento del bus público 1 cada mañana, no tiene nada que ver con ser más o menos moderna ni con sus gustos, sino con su cultura.
Hablo de la mujer musulmana y del debate aún abierto de si debe o no permitírsele el uso de burka o velo en lugares públicos en los países occidentales. Una vez cada cierto tiempo, escuchamos en la televisión o en la radio, casos de niñas o mujeres que en nuestro país han sido el centro de todas las miradas por llevar este atuendo a escuelas públicas por ejemplo. En nuestro país, no existe una ley que lo prohíba actualmente, pero sí que muchos ayuntamientos como el de Lérida o Barcelona se han pronunciado en contra de su permisión. Y Francia lo ha prohibido estrictamente desde 2004 en las escuelas públicas, mientras que hacerlo o no en todo el suelo nacional sigue siendo una cuestión abierta.
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El argumento habitual de aquellos a favor de la prohibición de esta indumentaria suele ser el de que las mujeres que lo llevan lo hacen por obligación de sus maridos y que esto atenta contra los principios de igualdad y enclaustra a la mujer en un plano de discriminación absoluta. Es por esto, que la mayoría de partidos políticos europeos, independientemente de su inclinación ideológica, esgrime esta afirmación y se posiciona a favor de ella.
Ahora bien, ¿estamos cayendo en la cuenta de que quizá, por la tolerancia e igualdad que queremos implantar en nuestros países, estamos rayando la intolerancia? ¿No peca de etnocentrista nuestro punto de vista?
Si bien es cierto que las mujeres musulmanas llevan velo o burka como parte de una tradición que desde Occidente catalogamos como machista, estamos olvidando que para ellas no es visto como una obligación en la inmensa mayoría de los casos. Se trata de una cuestión cultural. Puede que lo correcto, aunque sea demasiado utópico, fuese analizar cada caso concreto, saber hasta qué punto para ellas es una obligación que las discrimina o por el contrario, una seña de identidad que quieren asumir. Hablando hace poco con una conocida marroquí, me explicó que para ella, llevar velo o no es una opción desde siempre, y ella, al igual que su madre, prefiere no llevarlo. También me dijo que se acuña erróneamente la cuestión de llevar burka a la religión islámica, pero que esto es tan solo una lectura malintencionada del Corán hecha por los sectores más radicales.
Yo no soy quién, ni me encuentro en la tesitura de tener que posicionarme a favor o en contra de que las mujeres porten esta controvertida indumentaria en lugares públicos en nuestro país, pero me gustaría lanzar un ejemplo contrario para invitar a la reflexión. ¿Cómo se tomaría una mujer española y liberada, que al irse a vivir a un país donde se vista burka, se la obligue a ponérselo? ¿Es que acaso no protestaría y sería tema de candente debate dado que su elección es no ponérselo y dado que viene de una cultura en la que taparse el cuerpo al completo es muy inusual?
Pues quizá, de igual forma podrían verlo todas las mujeres que eligen, o no, ponérselo en suelo occidental. La cuestión no sería, por lo  tanto, prohibirlo o no, sino llegar al fondo del asunto y no permitir, eso sí, que sean discriminadas ni maltratadas por cuestión de género. Pero entonces, esto ya no sería un tema que atañese exclusivamente a las mujeres musulmanas.

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